domingo, 3 de junio de 2007

La epopeya joven de Alfredo Garza

Alfredín era su nombre, al menos el que le conocían en aquel circulo social; su segundo nombre era Eustasio; nombre que había tenido que proteger en la escuelita, ya que tuvo que pelearse muchas veces con un par de malandrines solo por burlarse de este, y era un nombre que defendía mucho, despues de todo, el llevar el nombre de tu abuelo no era cualquier cosa, implicaba llevarlo con honra y orgullo. El asistía diariamente a una escuela, de esas de gobierno, de la unidad obrera, y si, Alfredín era miembro de las poco prestigiadas colonias obreras, que durante toda su vida habían sido su morada; pero no vivía en una de las tantas vecindades que rodeaban la colonia obrera; su vecindad resultaba ser distinta a las demás; ya que a diferencia de las otras, esta no se encontraba rodeada de mas vecindades o tejabanes, esta en cambio se encontraba en medio de un laberinto construido a base de fabricas abandonadas, creando el acceso a su vecindad unicamente por medio de pasillos y bardas, que tenía que atravesar todos los días. A el le gustaba vivir ahí; para el era útil tener que atravesar así el camino, ya que resultaba fácil perder a los rufianes de los años superiores que le perseguían constantemente, al final de las clases y cuando no andaba con su pandilla.

Desde hace mucho tiempo, mas del que el pudiese recordar, su familia le venía advirtiendo de no entrar a una fabrica abandonada, que se encontraba escondida entre el laberinto, la fabrica 301 la de cementos Rodríguez, la fabrica del ayer, una fabrica que había causado un temor entrañable, del que nunca pudo describir ni hacer referencia, ni siquiera podía explicar la razón de aquel temor. Jamás había visto esa fabrica, pero sin embargo sabía de su existencia, lo sabía cada vez que veía callejones oscuros a los que el jamás había entrado, lo sabía cada ves que su cuerpo le impedía acercárseles, lo sabía por que era el mismo temor que le provocaban las pesadillas en las que se encontraba entrando a la fabrica 301 y veía quien sabe que cosa, que le hacía correr en sus sueños y llorar al despertar.

Los techos de su casa eran de lámina, o de un metal desconocido que el jamás había descifrado. Lo recordaba bien, por que siempre al despertar se hallaba inmóvil sobre el, era lo único que veía al abrir sus ojos; el techo y algunas cucarachas que se dignaban a pasar bajo su mirada, o los enormes tubos que atravesaban sus paredes, que venían de una fabrica que se encontraba pegada a su casa.
Recuerda bien esa mañana de Domingo en la que sus planes principales se hallaban inmersos en una de tantas fantasías que había creado con sus amigos, como la de proteger su cuartel; el cual se hallaba dentro de la fabrica abandonada de hoyas Don José, un amigo de el conseguía pintura de aerosol, que le servía para hacer grafítis y colocar el nombre con el que también era conocido por los de su pandilla, el “EUCH” nombre que grafiteaba cada ves que podía y que marcaba en las peceras a las que frecuentaba si quería viajar a algún lado. Habían decorado de una manera muy propia aquella estructura que era como parte de su hogar.
Salió de su casa, eran como las 10:00 de la mañana, tenía que verse con sus amigos alrededor de esa hora, y se le había hecho tarde, tuvo que correr lo mas rápido que podía; sus amigos no le iban a esperar si llegaba mas tarde; iban a ir a una parte a la cual solo el Moras conocía, no podía ir el por su cuenta. Apunto de llagar a la mitad del camino, Alfredin alcanzó a ver al Bruno, el perro de Don Pepe, un perro doverman al que Alfredin temía por que siempre lo correteaba; una vez casi le mordía su brazo. Se mantuvo detenido por un momento; trataba de pensar una forma para poder sacarle la vuelta; decidió que escapar por la retaguardia era lo mas convenirte; comenzó a caminar hacia atrás, lo mas silencioso que podía, si el perro lo veía le iba a ser imposible escapar; su rapidez era admirable, pero el perro se desplazaba como un rayo, o como un león hambriento a punto de devorar a su presa, y entonces fue cuando vio sus ojos de fuego; le miraban fijamente sin perderle la vista. Distinguió que era sus ojos a los que veía; ya era imposible correr; su hocico comenzó a mostrarle los enormes colmillos que le pertenecían; eran blancos y puntiagudos, desgarradores, punzantes; sabía que simplemente encajarlos en su cuello bastaba para llevarlo quien sabe a donde, un lugar al que partiría solo, quizás a la fabrica 301.

El perro comenzó a ladrarle, el solo podía ver su enorme hocico con aquellos dientes ponzoñosos que estaban llenos con el veneno de la muerte. El perro comenzó a acercársele mientras ladraba, Alfredin corrió mientras con su mirada buscaba un lugar para esconderse o perderse de aquel destino; corrió rumbo a una barda, el perro ya casi le alcanzaba, podía sentir su jadeo, su aliento calido sobre su cuello, a su mente se le vino palabra “Eustasio”, recordó la historia de su abuelo; de cómo alguna ves buscando trabajo, como solo los pobres hacen, se encontró trabajando en una mina, la tristeza de sus ojos, que sus familiares recordaban; y después de su muerte al ser tragado por la tierra, al quedar atrapado entre rocas oscuras en un derrumbe, entre sombras, recuerda la oscuridad, a la que siempre había temido, que ahora recuerda que también le temió su abuelo, a sus últimos minutos de morir, el miedo a la nada que te espera al final de la felicidad... la nada infinita que ahora lo envolvería. Gracias a la ayuda de algún Dios; de esos pocos que ayudan a los pobres; alcanzó a saltar la barda, la rapidez con la que trepó la barda fue asombrosa, el perro no tuvo tiempo de morderle ni su pie. Regresó a la realidad, ya el Bruno se encontraba del otro lado, definitivamente ya no podía regresar; se dio cuenta de que el lugar en el que estaba, no había pisado jamás, eran callejones entra fabricas, eran pasillos de laberinto, un laberinto que no conocía. Comenzó a atravesarlo, en los oscuros rincones veía los ojos endemoniados del perro. Pensó que regresaría a su casa, después de encontrar la salida; iría a decirle a su papa para que se paliara con don Pepe, así el perro no lo molestaría mas.

Caminaba, como solo el sabía hacer, caminaba buscando una salida; de pronto todas las bardas comenzaron a verse mas altas, inalcanzables, parecía que solo la barda que comunicaba a fuera, era la que el Bruno resguardaba y donde lo esperaba para seguramente atacarlo y robarle la vida. Un miedo comenzó a apoderarse de su cuerpo, seguramente el miedo era producto del incesante silencio que explotaba a su alrededor, ni siquiera el bullicio de las avenidas, que siempre escuchaba cada ves que se encontraba dentro de las fabricas. Llegó a un pasillo oscuro, que le atraía, se veía como una posible salida; lo recorrió. Al final del pasillo, vio una ventana que parecía como de una prisión, y unos botes de basura. Era un pasillo sin salida, sabía que tenía que regresar por el otro lado y buscar otra vez la salida, un susurro lo paralizó
-Escuché tus pasos- Alfredin se petrificó -Ayúdame por favor, ven no he visto a nadie en mucho tiempo-
Alfredin se dirigió hacia la ventana; se paró sobre los botes de basura, y colocó sus manos en los barrotes de metal.
-¿Quien es usted?- preguntó Alfredin. Su mente se hallaba en aquel momento en un rincón solo y desconocido para el, de repente se dio cuenta que no recordaba por que estaba ahí.
-Soy Ramiro Garza Dávila- a Alfredin se le vino a la mente su apellido paterno, Garza.
-¿Por que está aquí? ¿Como puedo ayudarlo?- Preguntó.
-Mi patrón me tiene aquí, el señor Rodríguez. ¿Qué acaso es malo robarse un costal de cemento?, no sabía que las acciones de mi pobreza eran tan penada, quería pedir perdón, pero la compañía quebró; el tiempo ha pasado y el señor Rodríguez ha muerto, junto con el, la ubicación de la llave que abre la puerta, solo mi hermano, Ramiro, sabe que estoy aquí, el no le ha contado a nadie por el resentimiento que me ha engendrado; nadie me ha venido a sacar de aquí, tengo hambre, el me venía a alimentar, pero esta semana no ha llegado, creo que ya quiere que me muera, ayúdame por favor tráeme comida te lo ruego- <<"Ramiro"... ese nombre.>>
-Ramiro Garza es mi papá señor, es imposible que eso sea cierto- el señor que se encontraba echado en el suelo dirigió su mirada hacia el, con una fuerza sobrehumana se lanzó hacia la ventana, cogió los barrotes con una tremenda velocidad, hizo que Alfredin cayera de los botes asustado, lo miró; en sus ojos había un odio sobrenatural, una mirada espectral, de un hombre que sería capaz de doblar los barrotes solo para acecinarle.
-¡Traime comida!, ¡quiero comida!- vociferó con fuerza y con su voz inyectada de sangre y saliva.

Alfredin corrió lo mas rápido que pudo; detrás de el estaban los ecos de los gritos y lamentos de su tío; destrozaron aquel silencio total: la bruma, la miseria, la penumbra, de aquel lugar que se hallaba mas cerca de la muerte que cualquier otro lugar de la tierra, si se hubiese dado tiempo para examinar con detenimiento el lugar se ubiera dado cuenta del numero grabado en la fabrica: 301. El lloraba, no comprendía su destino, siguió corriendo. Estaba perdido; todas las paredes enormes parecían burlarse de el; innumerables veces dio vueltas en el mismo callejón, solo sabía que todos los callejones eran iguales, solo sabía que odiaba ese laberinto. La felicidad inmensa, la que llega después de la tormenta, vino a el, vio la salida en una barda que podía saltar. Corrió hacia ella como si un ser del infierno le persiguiera; saltó la barda para poder salir de aquel infierno.
Salió y ahí estaba esperándole, un demonio engendrado de la maldad del hombre; un demonio del que solo alcanzó a ver su hocico. Gritos y lamentos, y despues la nada. Un demonio congruente con la voluntad humana arrebató la vida de un joven aquel domingo, es en este momento en que Alfredo Garza Rodríguez ya no pertenece a nuestro mundo.